El pequeño hombrecito | Recopilatorioss

El pequeño hombrecito

Posted by Anónimo On 17 sept 2011 0 comentarios


¡Papá, papá! – gritaba Pedrito mientras corría despavorido en aquella vereda polvosa y rodeada de montes que iba de la escuela a su casa.

¡Agárrenlo!
No dejes que se vaya – eran los gritos que se escuchaban tras el agitado andar de Pedrito.

Alcánzalo que ya va a llegar se decían entre ellos: Hugo, Paco y Luís, mientras Pedrito corría como si de su vida se tratase, ya se le notaba el cansancio; pero, los ojos se le iluminaron cuando frente a él apareció el ultimo riachuelo, sabia que su casa se encontraba a solo unos metros, se sentía aliviado, ya casi a salvo, pues esa maratón forzada llevaba ya casi tres kilómetros, el camino era largo y nada fácil, mucho menos corriendo descalzo como él lo estaba haciendo.

La desventura de pedrito había comenzado esa mañana en la escuela, era una zona rural olvidada de la mano de Dios, el paisaje era de lomas, matorrales y sembradíos de maíz. Pedrito de 10 años de edad, era visiblemente pobre, su padre era un borracho empedernido que cuando no vagaba por el lugar, trabajaba en las fincas aledañas, pero estando sobrio era a veces aun mas molesto e irritante que estando ebrio; Maria, la madre de Pedrito, permanecía en casa, cuidando de sus otros tres hijos que eran menores, la vida en el campo era dura y ella hacia todos los quehaceres. Pedrito vestía camisas que alguna vez fueron blancas y ahora eran tan ralas y desgastadas que parecían imitar la piel del propio Pedrito, esto sin mencionar la cantidad de agujeros que le adornaban. Sus pantalones eran un tema aparte, no se podría saber de que color eran: azul, verde, café o negro, estaban tan remendados que no parecían pantalones en realidad sino una suerte de retazos de telas remendados unos sobre otros. Su calzado (si se le podía llamar así), estaba hecho de trozos de neumáticos, como los de un tractor, los cuales se ataba con un cáñamo. En su cabeza, la línea se perdía en el límite donde tenia pelo, negro, crespo y muy mal cortado por cierto, contrastaba con las partes blancas donde ya se le había caído. A contra luz, y a través de su amarillenta camisa, se podía observar la marcada silueta de sus costillas; pero la mala nutrición no había afectado en nada su capacidad para correr, que era lo que a menudo le salvaba.

Hugo, Paco y Luís, eran el típico trío de bravucones escolares que fastidian a los mas pequeños e indefensos. El pasatiempo favorito de éste trío era Pedrito, se burlaban de él a la menor oportunidad; sabían que su padre era alcohólico y no se molestaba en interesarse de los problemas de su hijo. Esa mañana, como siempre durante el receso, comenzaron a burlarse del pobre Pedrito: insultándolo, arrancándole mechones de pelo, golpeándolo y en fin, padecía todo mal que a este trío se le ocurriera. Pedrito, como siempre, intentaba defenderse; pero como siempre, su intento era en vano. En medio de las humillaciones que le estaban haciendo a Pedrito, Hugo se le acercó, y le arrebató un cuaderno que sujetaba fuerte junto a su pecho:

¿Qué tenemos aquí? – Dijo Hugo, ¡Vaya!, es un cuaderno nuevo
Dámelo – dijo Pedrito, Dámelo, mi mamá me lo compro.

Hugo le lanzó el cuaderno a Paco, el que a su vez se lo lanzó a Luís mientras hacían que Pedrito corriera tras de él en un clásico juego cruel; pero en un tropiezo de Luís, Pedrito pudo sujetar el preciado cuaderno y casi al mismo tiempo también lo hizo Hugo, comenzaron a forcejear entre ellos dos por el premio, pero el débil cuaderno de 80 paginas no soportó mucho y se rompió por la mitad; Hugo se burló:

Vaya, rompiste tu cuaderno

Pedrito se quedo con los hombros caídos y la mirada al suelo, mientras los tres demonios seguían burlándose de el con una irritante tonada:

Rompiste tu cuaderno, rompiste tu cuaderno…

Repetían una y otra vez haciendo emerger la ira en Pedrito, átomo a átomo y célula a célula, hasta detonar en una rabiosa explosión. Como quien canta un grito de batalla, Pedrito clamó por su cuaderno, apuño fuertemente un lápiz que portaba en su mano y casi sin pensarlo se lo clavó a Hugo en el hombro derecho. Preso de la ira, no pudo pensar lo que había hecho, pero sabía muy bien lo que tenía que hacer ahora: correr, mucho y muy rápido. No lo dudó, comenzó a correr instantáneamente, después de unas tres zancadas se quito los intentos de zapados que calzaba pues descalzo le era mas fácil correr. Sabia que su única esperanza de salir de ésta era llegar a casa; era un largo y difícil camino, en especial para él que corría descalzo, las piedras le herían los pies y las hojas del maizal de costaban los brazos, pero él ya estaba acostumbrado.

¡Papá, papá! – gritaba cuando estaba a metros de llegar a casa, pero sus perseguidores le seguían muy de cerca y no estaban dispuestos a dejarlo ir. En la pasada del riachuelo, Hugo recogió una piedra y se la lanzó a Pedrito con excepcional puntería, atinándole en la parte posterior de la rodilla; Pedrito cayó al suelo casi de inmediato y mientras se ponía de pie sus atacantes lo alcanzaron, lo tiraron al piso pisoteándolo y pateándolo hasta el cansancio:

¡Hay!, déjenme, me duele
Te dije que no te ibas a escapar
déjenme, perdónenme, me duele, ¡Papá, papá! ¡Mamiiiii!

Pero sus suplicas no fueron escuchadas.
Cuando se cansaron de patearlo lo levantaron bruscamente del suelo, le arrancaron la camisa del cuerpo y lo empujaron para que se fuera

Andá niñita, andá contale a tu papito

Pedrito se alejó tambaleante, iba sollozando, golpeado y con el orgullo herido, mientras sus tres verdugos se quedaron recostados en el lugar, cansados y repartiéndose la malograda camisa del pobre Pedrito casi como lo hicieron los soldados romanos con aquel ropaje en aquella famosa ocasión. Sin embargo Pedrito no caminó mucho cuando a su derecha se encontró con una hamaca tendida en medio del maizal, en la cual se encontraba su padre dormido; se le acercó y ahogado en llanto le dijo:

¡Papi, papi!, Hugo y sus compañeros me pegaron otra vez, yo venia corriendo…
¡CALLATE! le interrumpió su padre. que no ves que estoy dormido
Pero papá, mira me golpearon y…
Pero nada, ya estas grande, yo a tu edad me defendía sólo ¿Qué no sos hombre? No seas tan llorón. Largate de aquí y no me sigas molestando.
Pero…
Que te largues he dicho, ¿Que no entendés?

Diciendo esto Juan, el papa de Pedrito, se dio vuelta en la hamaca dándole la espalda a su hijo para intentar conciliar el sueño nuevamente. Pedrito se sintió frustrado, vio en ese momento que su padre era inútil y por mucho que le doliera Hugo tenia razón. Se dejo caer de hombros y bajo su mirada resignada al suelo; pero ahí, debajo de la hamaca donde dormía su padre, estaba el machete con el que trabajaba en la finca. Si bien su padre era un inútil, tenia razón en algo: ya era hora de defenderse sólo. Lleno de ira, más que de coraje, tomó el machete del suelo y lo desenvainó, luego marchó decidido a encontrarse con su destino sus tres rivales.

Juan escucho la vaina del machete caer al suelo y sin darle mucha importancia levantó la cabeza para ver lo que sucedía: su machete y su hijo ya no estaban, luego escucho aterrado como su hijo seguía su consejo y se defendía a si mismo

¡No Pedrito! Solo era broma
No, ¡mamá!... ¡mami!...
Pedrito yo no te hice nada, disculp…

La ultima frase se escucho como quien habla con la garganta llena de agua, no se logro terminar y cuando Juan llegó donde estaba su hijo, prefirió no haberlo hecho,

Pedro ¿Qué hiciste?
Me defendí papá, ya no me van a volver a molestar

Juan se encontraba atónito en aquella escena: Pedrito se encontraba cubierto de sangre, su desnutrido cuerpo se estremecía con agitada respiración; ante él yacía el cuerpo de un niño de 14 años casi decapitado, era Paco; junto a éste, se encontraba Luís de 13 años con dos serias heridas y casi agonizante, y casi a los pies de Pedrito una mano, que marcaba el inicio de un rastro de sangre que se perdía entre el maizal; era la mano de Hugo, también de 13 años.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Opina Sobreviviente