LEOPOLD & LOEB | Recopilatorioss

LEOPOLD & LOEB

Posted by Anónimo On 16 mar 2012 0 comentarios

“El asesinato es un arte, y como tal, el privilegio de cometerlo debería reservarse a unos pocos individuos realmente superiores. Y las víctimas, seres inferiores cuyas vidas carecen de importancia, obviamente.” (Alfred Hitchcock’s Rope, 1948)

Frank había muerto. Su inmóvil cuerpo yacía oculto en el asiento trasero del auto, donde sus dos atacantes -entre el temor y la excitación por la nueva y anhelada experiencia- intentaban mantener los ojos en la ruta, dirigiéndose al lugar dónde habían acordado deshacerse del cuerpo. Hecho esto, procederían según lo establecido en el plan perfecto: su propio plan.
Hicieron unos cuantos kilómetros hasta Wolf Lake, Indiana, donde encontraron un área remota y, habiendo despojado de sus ropas al cadáver, lo rociaron con acido clorhídrico para borrar huella alguna que pudiera vincularlos.
Ya anochecía, y decidieron parar a comer en un puesto de salchichas y cuando estaba lo suficientemente oscuro, ocultaron el cadáver en un desagüe que pasaba debajo de las vías del ferrocarril (Pennsylvania railroad).

"Siempre desee tener algún talento artístico... Bueno, el asesinato puede ser un arte, también. El poder de matar puede ser tan satisfactorio como el poder de crear..."

Richard Loeb era ornitólogo, entre otras cosas, sin mencionar que hablaba 4 idiomas con fluidez y ya se había graduado de la Universidad con 18 años.
Loeb conoció a Nathan Leopold, otro joven prodigioso, en la Universidad de Chicago, con el que compartía afinidades y creencias, entre ellas; la teoría Nietzscheana del superhombre. Ambos jóvenes se consideraban a sí mismos “superhombres”, más allá del bien y el mal y capaces de manejar a su antojo las vidas de los demás “inferiores”. Todas estas ideas se fueron transfigurando en un ambicioso plan: el plan de idear el asesinato perfecto.
Siete meses tardaron en planearlo, minuciosamente; cada palabra, cada movimiento, hasta que finalmente decidieron llevarlo a cabo.
Bobby Franks, un joven de 14 años que vivía a pocos metros de la residencia de los Loebs, fue elegido al azar tras haberles fallado la primera víctima que tenían en mente...
No importaba. Al fin y al cabo Bobby encajaba en la descripción de la víctima perfecta: era pequeño; para poder cargarlo sin mayor dificultad, era conocido de Loeb; por lo que no iba a resultar difícil conseguir que los acompañe voluntariamente y sin armar algún revuelto, y finalmente, era lo que ellos consideraban “un ser inferior”.

"Los buenos americanos mueren jóvenes en el campo de batalla, no? Bueno, los Davids de este mundo apenas ocupan lugar. Por eso era la victima perfecta para el asesinato perfecto."

Loeb y Leopold aparcaron en una tienda, donde copiaron la dirección de los Franks del directorio telefónico en un sobre donde ya había una nota y la despacharon en la oficina postal. Leopold llamó a la casa, donde contestó la señora Franks, y dijo que su hijo había sido secuestrado y que pronto se pondrían en contacto para darle las instrucciones.
De regreso se detuvieron en la casa de Nathan donde tomaron unos tragos con su padre y cuando éste se retiró siguieron con los tragos y se quedaron jugando cartas hasta la madrugada. Cuando todos dormían, quemaron las ropas del muchacho asesinado y limpiaron las manchas de sangre que habían quedado en el auto rentado para la ocasión. Arrojaron el arma asesina –un cincel- por la ventana del auto y se despidieron, dando por finalizado el día que los llevaría a la fama.

"No puedes tener miedo, Phillip, ninguno de nosotros puede. Eso es lo que nos diferencia de los hombres ordinarios. Otros solo hablan de cometer el crimen perfecto, pero nadie lo hace. Nadie comete un asesinato solo por el experimento de hacerlo.
Nadie excepto nosotros..."

Antes que los Franks pudieran pagar el rescate, el cadáver fue descubierto.
La policía encontró un par de anteojos cerca de la escena del crimen. Comunes a la vista excepto por el complejo mecanismo de bisagra. De hecho, solo tres personas en todo Chicago poseían tales anteojos; entre ellos, Nathan Leopold.
El tiempo los había aventajado, el plan perfecto se desbarataba. Leopold y Loeb dieron sus coartadas, argumentando éste, a favor de su amigo, que habían salido con unas chicas esa noche, de las que no recordaban sus apellidos y sin pensar, desafortunadamente para ambos, que su coche estaba aún en reparación. La noche cayó sobre ellos, y con ella llegó la confesión temprana.
Los jóvenes se declararon ambos culpables y fueron sentenciados a cadena perpetua por asesinato más 99 años por secuestro.

Richard Loeb murió en prisión en 1936 a manos de otro prisionero que alegó haber sido acosado sexualmente por Loeb.
En 1944, Nathan Leopold participó en un experimento médico, en el cual, voluntariamente fue infectado con Malaria.
Después de 33 años de prisión fue liberado bajo libertad condicional y se radicó en Puerto Rico, donde se casó con una viuda, escribió un libro (Life plus 99 years, 1958) y pasó sus últimos años trabajando como asistente en el laboratorio del Hospital General Castañer.
Murió de diabetes el 19 de Agosto de 1971, a los 66 años

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